martes, 8 de julio de 2014

EL ARTE DE SABER OBSERVAR LAS COSAS

Me gustaría aprovechar este viaje al otro lado del Oceano Atlántico, para contaros una pequeña historia. Si bien podría parecer copiada de algún libro o algún blog de internet, no deja de ser una mera anectoda, muy enriquecedora, que me sucedió hace unos días. 

Nos decidimos a ir al Parque Histórico de Guayaquil (Ecuador). Un lugar lleno de encantos, al alcance de cualquier mortal. Antiguas urbes reconstruidas, edificios milenarios, especies en riesgo de extinción, biodiversidad de flora y fauna por doquier. La verdad, que era un verdadero paladar para mis sentidos. 

Llegó un momento, donde nos iban a mostrar el Águila, un animal que pese a lo común de su denominación, está hoy en día, en peligro de extinción. 

Ibamos en un grupito de unas 8 personas, una familia de ecuatorianos emigrados a Dinamarca, Karyn y yo. 

Todo el mundo se entusiasmo ante la posibilidad de observar el Águila en su apogeo. El mero hecho de llamarlo en "peligro de extinción" acentúa aún más nuestra curiosidad innata, propia del ser humano, mas aún, si nos facilitan un torreón de madera, de dos pisos de altura, en el que poder subir para apreciarla en panorámica.

La mayoría subió in so facto al primer piso, e inminentemente al segundo, que le vamos a hacer, tenemos esa necesidad incipiente de explorar, cuanto más alto, mejor. 

Yo me disponía a hacer lo mismo, embriagado claro está, como cualquier otro. Me quedé el último, tratando de hacerle unas fotos desde abajo, retrasándome para subir. Luego, en el momento que iba a seguir los pasos marcados por mis predecesores, me detuve un momento. Algo llamó mi atención, algo muy recóndito, alejado del alcance de la vista de cualquier observador de a pie, que busca de forma desesperada calmar sus ansias de estimulación. 

En un recobeco de la esquina superior  del torreón, donde seguramente y llegados a este punto (estamos ante el avistamiento de una especie en extinción) poca gente se haya parado a mirar. LA OBSERVÉ, ahí estaba, oculta, pero estaba, indemne, sencilla y a la vez majestuosa, la esencia misma de la vida.  La forma poliédrica de la madera que se alzaba sobre ella, permitía que la poca luz que alcanzaba a filtrarse la golpeara, proporcionándole aún mayor majestuosidad. 

Me quedé prendado durante unos minutos, tratando de hacer la fotografía que mejor expresara lo que mis sentidos observaban. No se si lo conseguí, pero estuve un buen tiempo tocando parámetros digitales para representar de la mejor manera posible,  esta bella esencia.Y es curioso, como cada vez requerimos de medios más sofisticados para retratar esencias más básicas. 

No puedo negar que ese instante de placer visual hicieron replantearme muchas cosas durante y después de este momento, de hecho, nunca llegué a hacerle la foto al Águila. Y no puedo expresar mi tristeza al recordar que 7 personas pasaron en el mismo instante y en el mismo lugar que yo bajo ella, sin percatarse lo más mínimo de su existencia. Pero ahí estaba, y yo la ví. 

Cuantas miles de personas habrán cruzado bajo este mismo lugar, anhelando subir para deleitarse de un placer, dejando otro atrás, quizás mas excitante si cabe. Cuantos cientos, miles, millones de maravillas se encuentran ahí, ocultos para aquel que no se detiene un instante a observar a su alrededor, deseando ser descubiertas y admiradas, con la simple sutileza de observar más allá de lo que las cosas aparentan. 

Tal vez pueda parecer una insignificancia, pero esta insignificancia me hizo replantear la forma de observar la vida y fotografiar las cosas. 

Desde ese instante entendí, que hay tanta poesía que se escapa a nuestros sentidos, que a veces, es mejor detenerse y observar lo que la vida nos ofrece, con verdadero detenimiento, si no, tal vez te lo puedas perder. 

Os dejo una fotografía. 

Un abrazo.
Sergio